martes, 17 de enero de 2012

El pescador

Son las 3:50 de la mañana, aún no sale el sol pero ya ha comenzado mi día de trabajo. Mis 4 hijos están dormidos y mi mujer un poco levantada se despide de mi, un beso en la frente, un "te amo" y vuelve a dormir. Abro la puerta y me dirijo a laburar.

Mi balsa me espera a la orilla del río, un remo viejo en su interior, mis redes y uno pequeño balde para poder mis refrigerios. Son mis únicos compañeros.
Algo que nunca he podido evitar es sentarme a la orilla del río y observar las olas, sentir la brisa en mi rostro, ver flotar la sombra de los lechugines y el reflejo de las lunes de Guayaquil sobre el río Guayas. Mientras mi mente se hunde en el río, un avión despega y su ruido me despierta, el sol ha salido casi del todo y es hora de lanzar mi balsa al río.

Es muy irónico que no sepa nadar, muchas veces me lo he preguntado, trabajo todo el día en el agua y no sé nadar, he tenido suerte cuando se ha virado mi balsa, he podido sostenerme de ella, pero no puedo negar que tengo miedo muchas veces.
Esto es un trabajo solitario, muy solitario, a la distancia lo único que escucharás son los pitos de los carros que circulan por el Malecón Simón Bolívar, y tu fieles compañeras son las pequeñas olas del río.

Lo más difícil es pescar solo, tienes que evitar que la corriente te arrastre hacia la orilla, luchar tu solo con los peces que tratan de huir de tu red al ser capturados, y en ese instante balancearse con tu balsa para que esta no se voltee. Mi padre me enseñó a pescar solo, obtengo más peces pero mi vida siempre está en peligro. Es mi familia la que tengo que alimentar. No me importa la soledad de cada mañana, es reconfortante ver sus caras de alegría.

Es una mañana lluviosa en Guayaquil, es el mejor momento para salir a pescar, los peces se agitan a la superficie atraídos por las gotas de lluvia. El malecón es hermoso cuando llueve, ver desde el río el cerro Santana siempre me ha gustado y mucho mejor cuando la lluvia torna un poco gris el paisaje de esta ciudad.
Hay pocas personas en el malecón y de estás unas dos o tres pueden observar como trabajo, pero a la larga solo dirán: "Pobre diablo, tiene que soportar todo eso para comer".

Espero que sea un buen día de pesca, espero sacar unos 50 dolares, pero me conformo con 30 dolares, con tal de poder alimentar a mi familia, pagar unas deudas de la cocina y poder tener para el resto de la semana.

No pido más, solo tener suficiente para llegar al siguiente día. Lanzo mis redes y espero. Son las diez de la mañana y el sol comienza a aparecer de nuevo, no me agrada esa idea, mi piel morena se quema más y más. Amo la lluvia y como hace resaltar a Guayaquil.

Mis redes comienzan a tirar de mi balsa, es hora de pescar, es Difícil mantenerte estable y luchar contra decenas de peces. He conseguido mi objetivo, hoy tendré que comer y me alegró.
Gracias a la virgencita y a Papito Dios podré dar de alimentar a mis hijos y a mi esposa.

No tendré mucho dinero, pero soy feliz. En mi casita humilde tengo el amor de mis hijos y mi esposa, nunca nos separaremos y aunque no tengamos tantos lujos como otros somos felices, ¿que más puedo pedir?.

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