domingo, 1 de julio de 2012

En una ciudad cerca del cielo.

“La belleza es tu cabeza, no tu ropa” leía en una puerta corrediza, mientras caminaba solo entre las calles de una ciudad escondida entre montañas. Hacía un frio paralizante, y una pequeña llovizna le daba un aspecto bello y sombrío a las piedras coloniales que revestían las calles.

 Pocos minutos antes, estaba sentado en un café leyendo “Te daré la Tierra” de Chufo Llorens, mientras veía de reojo a todas las personas que entraban en el café. Tal vez notaron que no era de ese lugar, que moría del frio y que mi cuerpo trataba de encontrar calor en el fondo de esa taza de café.

Cerré el libro y salí a caminar, muchas cosas en mi cabeza no me dejaban establecer con claridad donde debía dirigirme, tal vez sea al parque central pero no tengo ni la más mínima idea de donde queda.
Mis pies quieren descansar un poco, diviso un parque, la plaza central. En estos momentos me enoja estar solo, son esos días en los que no quieres pensar, pero lastimosamente estás solo y piensas. Mi mente era mi única compañera, mi libro se había acabado, aquel mundo donde viajé por unas semanas, había llegado a su fin. Era yo y el mundo real, el asqueroso mundo real.

 Aunque el paisaje era hermoso, no dejaba de pensar en una pequeña luz en la lejanía, una casita a unos metros de la cumbre de una montaña. Mi mente trató de adivinar que hacían aquella familia en esos momentos, si seguían despierto o dormían entre cobijas de lana para protegerse del frío. Me pregunté si en las mañanas tomaban una tasa de café como cualquier otra persona o quizás era té. En fin, envidié su casa, la ubicación de está y su vida. Sentado, con el libro en la mano, imaginé mi vida en aquella casa. Tal vez el porro de hace unos minutos comenzó hacerme efecto. Abrí los ojos y estaba ahí, mirando un techo de madera y sintiendo 4 cobijas de lana cubiertas por un edredón, un brazo abrazando mi abdomen y un aroma a rocío con vegetación. El susurro de los pájaros que revoloteaban entre los árboles de pino, un pequeño ladrido y un “Buenos días, amor” que me llenaba el corazón. Era tan perfecto, tan en calma. Imaginar aquella vista de algún nevado mientras preparabas el desayuno o simplemente la sensación de sentarte en una silla en tu portal, leyendo un libro con un magnífico paisaje lleno de montañas y nieve, The Beatles sonando en un pequeño radio, alejado de todo, solo los dos y la naturaleza.

 El pito de un carro me levantó de mi sueño profundo, aquella luz sigue prendida, esperando el nuevo amanecer para dejar de funcionar o tal vez iluminando a su dueño en esta noche fría. Es un camino largo hasta el hostal, pero voy tranquilo, otra noche está apunto de acabar y un nuevo día empezará.